-Hay una leyenda sobre este árbol – dijo él interrumpiendo
mis pensamientos y obligándome a volver la cara y mirarle, él seguía
mirando el árbol. Volví la mirada a las ramas, al mismo sitio donde él miraba y le di un apretón en la mano.
-¿Te la sabes? – Él dijo que sí. - ¿Me la cuentas?
-Dicen que hace mucho tiempo, había don jóvenes muy pobres
pero muy enamorados. Por culpa de la situación de sus familias ninguno de los
padres querían que estuvieran juntos, pero a ellos no les importaba así que una
noche se escaparon. No tenían nada que perder pues pero de cómo era su vida no
iba a poder ser. Se equivocaron, al no tener ni una
casa donde cobijarse ni dinero, pasaron a la intemperie muchas noches
aguantando el frío, las lluvias y los ataques de los animales salvajes.
Una
noche ella se puso muy enferma, tenía fiebres muy altas y no dejaba de temblar.
Los delirios que le provocaba la fiebre hacían que él no pudiera distinguir
cuando era su amada y cuando era su alma consumida por el dolor. Desesperado
decidió volver a casa y pedir ayuda. Muchos médicos fueron a verla, a pesar de
ser una familia pobre eran muy honrados y trabajan en muchos sitios así que los
médicos trataron de ayudarlos por amistad. Pero la enfermedad de la muchacha
era muy extraña y sólo la savia de un árbol milenario que nadie sabía dónde
estaba podría curarla.
El muchacho partió de inmediato en busca del árbol, pero no
lo encontraba. Llegado al límite de sus fuerzas se desplomó en las raíces de un
árbol majestuoso y empezó a llorar y rezar. “Por favor, permítete encontrar ese
árbol, déjame salvarle la vida y después haré lo que sea, llévame a mí en vez
de a ella, está así por mi culpa, ella es buena y tiene un corazón dulce, hará
muchas cosas impresionante en el futuro, sé que lo hará. No puedes llevártela,
es muy joven, aún no pudo cumplir ni uno de sus pequeños sueños…” Lloró durante
horas hasta que ya no pudo más, hasta que no le quedaron lágrimas y como no
había comido ni dormido durante demasiado tiempo se quedó allí dormido. Abrió
los ojos y vio una luz cegadora pero que le llenaba el cuerpo de calor y la luz
empezó a hablar. “No puedo darte la salvia de un árbol que no existe, nadie lo
ha visto jamás”, dijo la luz con un tono de voz profunda. “Pues conviérteme en
árbol, haz de mi sangre la savia y sálvala”. La luz brillo con intensidad, no
dijo nada y se extendió hasta que lo cegó por completo obligándole a cerrar los
ojos.
A la mañana siguiente de que el muchacho tuviera el sueño, en el
jardín de la casa de su amada apareció un árbol de hojas naranjas como el
amanecer. Su salvia era la cura que ella necesitaba y la medicina hizo que su
fiebre bajase y salvó su vida. Cuando estuvo lo suficientemente fuerte como
para volver a andar salió al jardín y se quedó mirando el árbol, sus hojas, sus
ramas. Empezó a llorar agarrada al tronco, sentía en su corazón que él estaba
allí. Susurró su nombre y las ramas del árbol se curvaron entrono a su cuerpo.
El amanecer era su parte favorita del día por el tono naranja que deja en el
cielo. Dicen que la chica jamás se casó ni se mudó, siguió viviendo en aquella
casa junto al árbol, la gente la veía hablar con las ramas, acariciar el tronco
e incluso juran que el árbol se movía cuando ella estaba cerca. Al cabo de los
años murió y en las raíces del árbol aparecieron muchas flores blancas, como la
inocencia y su puro corazón.
-Un final triste, yo quería que acabasen juntos – le dije apretando su mano.
-Quiero ser tu árbol– Me dijo dulcemente y acerco su
otra mano a mi mejilla – Quiero protegerte y salvarte siempre que lo necesites,
estar ahí para y por ti, siempre.
-Lo siento, no puedes ser un árbol... en todo caso serías un
bosque completo. - Su sonrisa hizo que el sol pareciese pequeño.